Muchos se preguntarán qué se me ha perdido a mí aquí… Bueno, que se lo pregunten, no pienso responder preguntas estúpidas. ¡Ah! Que no lo pregunta nadie… O sea que a nadie le importa… Pues se equivocan si creen que no voy a explicarlo sólo porque a nadie le importe. Mi presencia aquí es un acto de fe y reivindicación, hacia una religión en la que creo, y a la que, por alguna extraña razón, se intenta desprestigiar desde algunos sectores de la sociedad.
Porque ser retrosexual, más que un modo de vida es una religión, pero la sociedad cada vez nos mira con peores ojos, guiada quizás por el continuo bombardeo al que es sometida por parte del sector publicitario, empeñado sabe Dios porqué, en que seamos todos unos maniquíes vivientes, con sonrisa de anuncio de dentífrico, cuerpo de escultura griega pero completa, siempre vestidos a la última moda y a ser posible con ropa que realce el escultural cuerpo, y un montón de cualidades más que diferencian a la clase llamada “metrosexuales”.
Pero nuestra religión se basa en una doctrina que sus seguidores cumplimos de forma casi inconsciente, y sin ningún tipo de esfuerzo por nuestra parte. Es una doctrina que no se aprende, y a diferencia de otras clases sociales, el retrosexual nace, no se hace. Yo soy Retrosexual de nacimiento, y hoy en día, aunque pueda cambiar tal condición, ni me planteo semejante atrocidad. ¿Cómo dice? Que hay que cuidar el aspecto… Mire usted, mi aspecto ya es mayorcito para cuidarse el solito, yo ya tengo bastante con cuidar mi estómago.
En realidad, a simple vista no hay demasiadas diferencias entre cualquier metrosexual y el que suscribe estas líneas. Los cuerpos de ambos, están llenos de bultos, o lo que ellos llaman músculos, sólo que los míos se agrupan casi todos en el estómago… Todo se limita a la localización de dichos bultos y es por lo tanto, una mera cuestión de Geografía.
La verdadera diferencia entre ambos, radica en la diferente manera de vivir la vida de unos y otros. Mientras que ellos emplean muchas horas de su tiempo libre en machacarse en el gimnasio, y en pasar por el taller de chapa y pintura que tienen instalado en el baño de su casa, nosotros las empleamos en disfrutar de una conversación con los amigos con unas cervezas de por medio sólo por poner un ejemplo. Sí, ya sé que ellos también lo hacen, pero mientras que para ellos es una actividad secundaria, para nosotros se trata de algo prioritario.
Yo no estoy en contra de los metrosexuales ni los odio, más que nada, porque gracias a ellos, nuestro colectivo tiene la notoriedad que se merece. En realidad, dentro de cada metrosexual, hay una mujer muy masculina intentando salir. Sería muy triste que todos fuéramos iguales. Pero seamos serios, nunca me ha gustado ir en contra de la madre naturaleza, y si Dios hubiera querido que el hombre no tuviera pelo, nos habría creado como a los peces. Quiero decir, el pelo que se quitan a base del proceso llamado “depilación”. El otro, el de la cabeza, que nos abandone, como hace nuestro desodorante, también es un capricho de la naturaleza, así que no lo podemos incluir en el proceso “depilación”.
No debemos preocuparnos porque, hasta el momento, somos mayoría, pero si debemos empezar a movilizarnos para que no haya desertores en nuestras filas que se pasen al bando contrario. Que nadie se engañe, si analizamos bien la situación, veremos que a las mujeres les gusta disfrutar visualmente de nuestros enemigos, al igual que a nosotros cuando vemos a un monumento de dicha clase social, pero al final… ¿Con quién se quedan y con quién nos quedamos?...
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