Monday, April 25, 2011

Debut

Nacida en una familia tipo de clase media, al final de una década que trajo muchas liberalidades seguida de otra con mucha represión, fui testigo de modelos y arquetipos que pincelarían mis nociones futuras.
Niñez feliz, adolescencia contestataria, juventud... qué complicado tener que cerrar este período. ¿Cómo debería continuar? ¿Madurez?
Por cierto madura no estoy. Es más, en algunos aspectos sigo verde. Pero es lo maravilloso del tiempo que me tocó. La vertiginosidad del cambio. Las transiciones. Los ideales caídos y el ascenso de nuevas verdades universales, que cambiarán... en 10 años, o quizás menos.
La única verdad irrefutable es que... nada es tan irrefutable. Hay que adaptarnos y entender en qué lugar nos ponemos, ahora que la placa teutónica de nuestra vida se movió un poco más hacia el Oeste y las circunstancias llevan a una a hacerse cargo de cosas que eran particularidad de los hombres, y viceversa.
Va a ser interesante ver en qué puntos, y cuánto, se ha corrido el acento de la dicotomía hombre-mujer a la masculino-femenino. Que no es lo mismo el género que el rol. Como decía un amigo, no es lo mismo dos tazas de té, que dos tetazas... perdón.

En este primer encuentro comparto unas reflexiones que se redondean en el siguiente título:

La muerte de los Oficios o El origen del Metrosexual




 Hace tiempo pienso que la relación entre ambos hechos es clave de un cambio paradigmático.
Los hombres modernos cada vez saben menos... “cosas de hombres”.
Y, en cambio, parecen saber más “cosas de mujeres”.

En el ranking de valoración de hombres de acuerdo a sus aptitudes para las manualidades –y no me refiero al origami-, mi padre estaría en lo más alto de dicha clasificación.
Un MacGyver, digamos.
Descendiendo, encontramos otros estilos que van desde el “sabe cambiar una bombilla” a “sabe reemplazar toda la instalación eléctrica de la casa”.

Si bien en el arranque de una relación no nos parece indispensable que un señor venga con ciertas habilidades, un día llegamos al punto en que esperamos -por alguna ancestral e incomprensible razón- que se comporte como el modelo de hombre con el que crecimos.
Las mujeres, en general, venimos con un defecto de fábrica: hacer la vista gorda en la época de “conquista”, y retomar esas mismas causas más adelante para hacer todos los reclamos juntos.

Esperamos un señor de la casa que aplique su oficio innato en arreglar el caño de la cocina... y terminamos mordiéndonos el labio inferior con fuerza, para no reventarle el aparato de dvd por la cabeza, cuando lo vemos luchar con 3 cablecitos de colores...

También nos solemos impacientar cuando recordamos que papá organizaba el baúl del auto colocando cada valija, bolso y bolsito en una secuencia perfecta de Tetris, y en cambio vemos al gordo que pierde toda la mañana tratando de encajar los baldecitos para la arena, entre la ballena desinflada y la sillita de playa.

¿Cómo dice?
¿Que los hombres modernos cocinan, cambian pañales y hacen las compras?

Ok. ¿Y?
Nosotras seguimos cocinando, limpiando, lavando, planchando, bañando los críos, haciendo los deberes, Y cambiando la goma del auto si se pincha, Y controlando el trabajo de los plomeros, Y pasando el limpiafondo, Y tomando la iniciativa en el sexo, Y...

Bueno, está bien.
No me quejo. Los tiempos han cambiado y nuestros roles con ellos.

Alzo mi copa por la supervivencia de los retrosexuales que, aunque neanderthales a veces, van evolucionando a un ritmo que nos resulta más fácil de asimilar a nosotras, las mujeres que todavía no nos acostumbramos a compartir la pincita de depilar.



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